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La prueba por resonancia magnética: Pokémon ha rediseñado tu cerebro

La prueba por resonancia magnética: Pokémon ha rediseñado tu cerebro

A finales de los años 90, rara vez había niños que no conocieran a Pikachu, Charmander o Snorlax. Con sus cartuchos rojos, azules y amarillos, Pokémon marcó la infancia de millones de jugadores al convertirse en un verdadero fenómeno cultural. En las pequeñas pantallas de las Game Boy, los entrenadores novatos pasaban horas capturando, entrenando y memorizando criaturas fantásticas, en una época en que muchos padres temían que estos juegos “entorpecieran” a sus hijos.

¿Y si, contra todo pronóstico, estas sesiones de juego hubieran realmente contribuido a forjar una capacidad cognitiva única? Eso es lo que revela un estudio científico publicado en 2019 en la prestigiosa revista Nature Human Behaviour. Los investigadores descubrieron que los niños que crecieron con Pokémon desarrollaron una zona cerebral especializada, aún activa en la edad adulta. Un descubrimiento fascinante que cuestiona nuestra manera de concebir el aprendizaje, la memoria visual... y los efectos duraderos de nuestras pasiones infantiles.

Enfoque en el estudio científico

El estudio en cuestión, realizado por Jesse Gomez, Michael Barnett y Kalanit Grill-Spector en la Universidad de Stanford, se interesa en el impacto duradero de la exposición prolongada a Pokémon en el cerebro. Publicado en 2019 en Nature Human Behaviour, se basa en una idea simple pero innovadora: nuestro cerebro puede reconfigurarse en profundidad cuando es expuesto a estímulos repetitivos durante la infancia.

Para probar esta hipótesis, los investigadores reunieron a dos grupos de adultos: once “expertos Pokémon” que jugaron intensivamente entre los 5 y 8 años, y once personas sin exposición notable al juego. Cada participante fue sometido a una resonancia magnética funcional mientras se le mostraba una serie de imágenes —caras, animales, objetos familiares... y Pokémon.
Resultado: en los “expertos”, una región precisa del cerebro, el surco occipitotemporal, se activaba de manera selectiva al ver las criaturas de Game Freak. Este fenómeno no fue observado en ningún miembro del grupo de control.

Entendiendo el concepto de «sesgo de excentricidad»

¿Por qué esta zona específica del cerebro se activó en los jugadores de Pokémon? Para entenderlo, es necesario centrarse en un principio fundamental de la visión humana: el sesgo de excentricidad. Esta noción describe la manera en que nuestra corteza visual se organiza según la posición de los objetos en nuestro campo de visión. Los elementos percibidos en el centro de nuestra mirada — en la zona llamada fóvea — son tratados de manera diferente a los vistos en la periferia. El cerebro dedica así zonas específicas al reconocimiento de rostros (mirados de frente), a la lectura (también central) o a la identificación de objetos familiares.

En el caso de Pokémon, los sprites de las criaturas se mostraban en una pantalla pequeña, y el jugador los miraba de manera muy enfocada, siempre al centro de la imagen. Esta exposición repetida, concentrada y visualmente homogénea permitió que una área cerebral se especializara, similar a la dedicada a los rostros. La experiencia visual compartida por millones de niños se cristalizó en una organización cerebral previsible, en una ubicación correspondiente a esta “visión central” privilegiada.

Plasticidad cerebral y “pericia visual”

Este fenómeno de adaptación neuronal ilustra una capacidad fundamental de nuestro cerebro: la plasticidad cerebral. Durante la infancia, el cerebro es particularmente maleable, capaz de crear, fortalecer o reorganizar conexiones en respuesta a experiencias repetidas. Es esta misma plasticidad la que permite a un niño aprender a leer, hablar un idioma extranjero o reconocer instantáneamente los rostros de sus seres queridos.

En el contexto del estudio sobre Pokémon, los investigadores mostraron que esta plasticidad se puso al servicio de una forma de “pericia visual”. De la misma manera que los expertos en aves o en coches desarrollan regiones cerebrales especializadas para reconocer su dominio de pericia, los jugadores de Pokémon han modelado una zona capaz de identificar criaturas imaginarias. Esta activación no es un simple recuerdo emocional: se inscribe en la arquitectura misma de la corteza visual. Un marcador biológico discreto pero duradero, testigo de la intensidad de esta experiencia infantil.

Lo que el estudio no dice (y lo que deja claro)

A pesar de su carácter fascinante, este estudio a veces ha sido mal interpretado en los medios o en las redes sociales.
No, los investigadores no dicen que jugar a Pokémon hace más inteligente. No miden el CI, ni las capacidades estratégicas o mnemónicas de los participantes. Su trabajo se centra exclusivamente en el reconocimiento visual y la especialización de una zona de la corteza, sin un vínculo demostrado con una mejora general de las funciones cognitivas.

En cambio, el estudio destaca un punto esencial: la ausencia de efecto negativo. No se observó ningún signo de trastorno o alteración del cerebro. Al contrario, los antiguos jugadores de Pokémon que participaron en el estudio son hoy en día en su mayoría doctores o ejercen profesiones altamente calificadas. Lo que sugiere que una pasión infantil, incluso tan absorbente como un videojuego, no obstaculiza en nada un desarrollo intelectual armonioso.
Y sobre todo, recuerda que el cerebro registra en profundidad lo que miramos intensamente, incluso cuando el objeto de nuestra atención es un Pikachu pixelado en una pantalla diminuta.

Implicaciones y perspectivas

Los resultados de este estudio abren caminos apasionantes para la investigación en neurociencias, pero también para la educación y el diseño de herramientas digitales.
Si una exposición repetida a un tipo de estímulo visual puede moldear una región dedicada del cerebro, esto podría ser aprovechado para mejorar el aprendizaje visual, la lectura o incluso la rehabilitación después de lesiones cerebrales. Al orientar periodos clave del desarrollo del niño, se podrían diseñar interfaces y contenidos pedagógicos que “esculpan” el cerebro de manera beneficiosa.

Lo que revela la experiencia de Pokémon es que nuestro entorno visual deja impresiones duraderas en nuestra arquitectura cerebral. Lejos de ser triviales, las imágenes a las que estamos expuestos — especialmente en la infancia — contribuyen a modelar nuestras capacidades perceptivas. En este contexto, los videojuegos, a menudo criticados, quizás merezcan una reevaluación: bien diseñados, pueden estimular competencias específicas, sin comprometer el desarrollo global. ¿Y si atrapar Pokémon hubiera sido, de hecho, una forma de entrenamiento cerebral antes de tiempo?

El estudio realizado sobre los antiguos jugadores de Pokémon demuestra hasta qué punto nuestro cerebro es sensible a lo que miramos intensamente durante la infancia. Al centrar su atención en un universo visual coherente, centrado y altamente repetitivo, millones de niños han, sin saberlo, esculpido una región específica de su corteza visual. No es que memorizaran decenas de criaturas, sino porque las miraban una y otra vez, siempre de la misma manera.

Este trabajo científico no transforma a Pokémon en una herramienta educativa milagrosa, pero recuerda que el cerebro de un niño nunca es pasivo. Incluso cuando juega, aprende, codifica, se adapta. Y tal vez, al final de cuentas, las Game Boy no “volvieron a los niños tontos” tanto como les ofrecieron una oportunidad única de ejercitar su visión... mientras vivían aventuras inolvidables en una región llamada Kanto.