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Mi profesor me habló de Hobbes, yo pensé en Pokémon

Mi profesor me habló de Hobbes, yo pensé en Pokémon

Durante un examen de filosofía, un alumno escribió esta frase inesperada: «Como sabemos, el Leviatán es un Pokémon legendario malo». Detrás de lo que podría parecer un simple error – confundir el Leviatán de Hobbes con Gyarados, un Pokémon acuático muy conocido – se esconde un cortocircuito revelador. El alumno no confundió dos palabras al azar: superpuso dos mundos culturales, el de la teoría política y el del universo Pokémon, uno exigente, el otro lúdico pero igual de codificado.

Esta anécdota, a la vez cómica y enternecedora, está llena de significado. Cuestiona nuestra relación con la memoria, el conocimiento y la imaginación. Plantea una pregunta fundamental: ¿cómo aprendemos en un mundo saturado de referencias culturales, donde las figuras del entretenimiento coexisten permanentemente con las del conocimiento académico? ¿Podemos ver en esta confusión no un error, sino el signo de un diálogo silencioso entre dos formas de comprensión del mundo?

El error como síntoma de un imaginario saturado

El deslizamiento léxico y mental

Confundir “Leviatán” y “Gyarados” no es un error tipográfico: es una confusión de orden simbólico. El Leviatán, en Hobbes, encarna el Estado absoluto, una entidad poderosa, racional, que impone orden contra el caos del estado de naturaleza. Gyarados, por su parte, es un Pokémon que resulta de la evolución del débil Magikarp, transformado en una criatura formidable y a menudo incontrolable. Uno es conceptual, el otro visual; uno pertenece al campo de las ideas políticas, el otro al imaginario lúdico.

Para una mente joven, nutrida de cultura popular tanto – si no más – que de filosofía clásica, la imagen de Gyarados puede fácilmente cubrir la del Leviatán, más abstracta. La mente busca llenar los vacíos conceptuales con formas familiares. Este fenómeno de “asociación parasitaria” es bien conocido en psicología cognitiva: ante una palabra conocida pero poco comprendida, la mente evoca una imagen cercana fonética o visualmente. La confusión se convierte entonces en una forma de interpretación torpe pero sincera.

Los Pokémon como figuras mitológicas modernas

Lo que hace posible esta confusión es el peso cultural de Pokémon. Para toda una generación, estas criaturas no son simples elementos de entretenimiento: forman un bestiario personal, estructurando el imaginario desde la infancia.
Gyarados es portador de relatos, de valores (fuerza, transformación, ira) y de un aura casi mítica. Su estatura colosal, su mirada furiosa, su aparición a menudo dramática en los juegos o el anime lo acercan intuitivamente a la simbología del Leviatán bíblico.

Por lo tanto, la confusión entre Gyarados y Leviatán revela la fuerza de un imaginario alternativo, en el que los Pokémon ocupan el lugar que antes tenían las figuras mitológicas, bíblicas o literarias. Son estos nuevos héroes, estos nuevos monstruos, quienes forman hoy los referentes simbólicos de la infancia y la adolescencia.

Una memoria tejida de imágenes

El papel de la memoria asociativa

Este deslizamiento entre Leviatán y Gyarados pone de manifiesto un mecanismo fundamental del aprendizaje: la asociación.
La memoria humana no funciona como un diccionario fijo, sino como una red de vínculos, resonancias, imágenes y relatos. Paul Ricœur, en La Memoria, la Historia, el Olvido, insiste en esta dimensión narrativa de la memoria: no recordamos de manera bruta, sino a través de marcos interpretativos. El alumno que recordó la broma de su maestra – «¡Leviatán no es Gyarados!» – la codificó en un recuerdo donde el Pokémon prevalece sobre el concepto.

La cultura popular a menudo funciona de esta manera: propone figuras fuertes, inmediatamente reconocibles, que se imponen a expensas de conceptos más complejos.
No es una debilidad del alumno, sino un funcionamiento cognitivo común: donde el concepto requiere un esfuerzo de comprensión, la imagen familiariza y tranquiliza. El error surge cuando la imagen reemplaza, en lugar de complementar, al concepto.

En la intersección del saber institucional y el imaginario afectivo

La escuela transmite conocimientos institucionalizados, pero se dirige a alumnos cuyo fondo de referencias está en parte moldeado en otros lugares – en los juegos, los dibujos animados, las redes sociales. Esta tensión entre léxico académico y universo personal produce a veces efectos colaterales: deslizamientos de sentido, errores de traducción mental.
El Pokédex, en este sentido, es más que una enciclopedia ficticia: constituye una base de datos afectiva, emocional, íntima. Cada Pokémon está asociado a recuerdos, emociones, aventuras vividas en el juego o en el imaginario.

A la inversa, el léxico filosófico impone una distancia, una abstracción, una rigidez que solo se adquiere a lo largo del tiempo dedicado al estudio. La confusión entre Leviatán y Gyarados ilustra este choque entre dos regímenes del saber: uno fusionado, vivo, arraigado en la ficción; el otro analítico, racional, exigiendo una postura de retirada. No es solo una cuestión de conocimiento, sino de lenguaje interior.

Filosofía del error

El error como apertura pedagógica

El episodio del Leviatán transformado en Gyarados podría haber sido simplemente sancionado. Pero la maestra, aunque atribuyó una nota severa, optó por añadir una nota irónica, benevolente, en el examen. Este gesto está lejos de ser anecdótico. Se inscribe en un enfoque pedagógico que ve en el error no una falla, sino una oportunidad.
Jean Piaget y Lev Vygotsky han demostrado extensamente que los errores son los hitos necesarios del desarrollo cognitivo. Son los que señalan un proceso en curso, una elaboración inacabada pero auténtica.

El error aquí no es señal de pereza o apatía.
Es, por el contrario, el producto de una atención mal enfocada, pero sincera. El alumno retuvo lo que le resonaba – la broma, el nombre familiar – e intentó integrarlo en una respuesta. El acto de equivocarse se convierte entonces en una puerta de entrada para reforzar, clarificar, diferenciar. Pero esto solo es posible si la institución sabe acoger estos intentos imperfectos con flexibilidad y humanidad.

Pensar la confusión como un camino hacia la claridad

El rol del profesor, en este contexto, ya no es solo transmitir, sino traducir. Traducir el concepto en el lenguaje del alumno, y luego guiar al alumno en la traducción inversa: hacer emerger la idea detrás de la figura familiar.
El error de Gyarados puede entonces convertirse en un trampolín para explicar qué es un concepto, por qué difiere de una imagen, y cómo nuestro pensamiento a menudo se desliza de un registro a otro sin que nos demos cuenta.

Esta confusión se convierte en un punto de apoyo: revela los caminos sinuosos por los cuales se forma el pensamiento. Le otorga al profesor un rol socrático: interrogar, reformular, hacer nacer el sentido mediante la dialéctica. Porque, al final, ¿no empieza la filosofía justamente ahí, en el desconcierto, el asombro, la sorpresa de no haber comprendido lo que creíamos evidente?

De Leviatán a Gyarados, solo hay un deslizamiento, una chispa de memoria errónea que, lejos de ser anodina, dice mucho de nuestra relación contemporánea con el saber. En un mundo saturado de relatos, imágenes, nombres, las figuras de la cultura popular se mezclan con los conceptos académicos, a veces hasta taparlos. Esta confusión, ocurrida en un deber de filosofía, no es solo un accidente: es un síntoma cultural, una manera de aprender marcada por la experiencia, la emoción, el juego.
En lugar de burlarse de ella, es más fructífero interrogarla. Porque pensar es también aprender a distinguir, clasificar, reconocer lo que pertenece a la imagen y lo que corresponde a la idea. ¿Y si esta confusión entre un Pokémon y un concepto filosófico abriera precisamente el camino a esta distinción? ¿Si el alumno, con su error, hubiera sin saberlo iniciado el proceso mismo del pensamiento filosófico, que comienza donde vacila el sentido?